La era TRIC

Jose Antonio Gabelas Barroso
7 min readDec 17, 2020

https://amazon.es/dp/8418167300

En la primavera del 2011 durante nuestras clases en un máster online empezamos a observar que ciertos planteamientos, metodologías y dinámicas cuestionaban el papel de la tecnología, la función del profesor y la participación de los estudiantes. Constatamos que el aprendizaje no presencial, así como después lo hemos experimentado en el presencial, es un aprendizaje relacional, que ya no tenía sentido un modelo TIC, que nos movíamos en un entorno TRIC: Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación. Cinco años después publicamos

que ha sido una referencia para seguir explorando el potencial del Factor Relacional aplicado a las Ciencias Sociales, y en particular al ámbito de la educación y la comunicación. Fruto y resultado de esto diez años, acabamos de publicar “La era TRIC. El Factor R-elacional y la educomunicación”, con este prólogo realizado por el profesor Joan Ferrés, que avanzamos a continuación.

Prólogo Joan Ferrés Prats

El año 2011 Carmen Marta y José Antonio Gabelas estaban a punto de lanzar el concepto TRIC (Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación), poniendo un énfasis especial en el factor R, y tuvieron la gentileza de incluirme en la lista de las personas a las que quisieron consultar sobre la pertinencia del término.

Confieso que por la gran amistad que me une a ellos desde hace muchos años y por solidaridad profesional me costó decirles con sinceridad lo que pensaba, pero me sentí en la obligación moral de hacerlo. Yo pensaba que el término TRIC no hacía falta porque era redundante. La “R” de TRIC ya estaba incluida en la “C” de TIC. Toda comunicación es relación, es interacción.

Puede sorprender que nueve años más tarde José Antonio Gabelas y Carmen Marta me soliciten precisamente a mí el prólogo de un libro sobre el factor R. Desde un punto de vista conceptual, sigo pensando lo mismo que cuando me hicieron la consulta, pero año tras año se me ha ido haciendo más evidente la necesidad de prestar atención a la dimensión de la relación en toda experiencia humana, y de manera especial en las interacciones mediante tecnologías. Cada vez tengo más claro, pues, que hay que dar la bienvenida a todas aquellas iniciativas que tienen como objetivo poner de relieve la importancia del factor R.

McLuhan habló hace ya décadas de las invenciones técnicas como extensiones o prolongaciones de alguna facultad humana física o psíquica. En la esencia de toda tecnología está, pues, latente la oportunidad de optimizar la relación de la persona consigo misma, con los demás y con la realidad cercana o lejana.

En el ámbito de la comunicación, y en la era del prosumer o del emirec[1], las tecnologías enriquecen a la persona permitiéndole el acceso a mensajes ajenos (consumer, récepteur) y la producción, emisión y difusión de mensajes propios (producer, émetteur). Si la identidad personal solo se puede construir en interacción con otras personas (pensemos en las clásicas experiencias de los niños criados entre animales), las tecnologías ofrecen unas posibilidades inéditas hasta hoy de realización personal, a partir de la amplificación de las oportunidades de relación.

Por otra parte, el hecho de que por primera vez en la historia de la humanidad se pueda hablar de tecnologías interactivas comporta que en los procesos de socialización y de aprendizaje no se potencien unas estrategias transmisivas y unidireccionales, sino participativas y bidireccionales. Un plus de relación.

También conceptos como el de modernidad líquida, de Zygmunt Bauman, o los de cultura del remix, del refrito, del sampling, del corta y pega, de la remedación, propiciados todos ellos por el nuevo entorno tecnológico, remiten a experiencias personales y sociales de flujo, de cambio, de relación de todo con todo, de eterna provisionalidad, de un constante reinventar y reinventarse en interacción con una realidad cambiante. La relación como motor.

En otro orden de cosas, atendido al uso más generalizado de las nuevas tecnologías, hoy el factor R adquiere una importancia especial como consecuencia de la creación y de la expansión de las redes sociales. En el uso masivo de Instagram, Facebook, Twitter, Youtube, Whatsap, Skype, Messenger, Linkedin o Snapchat, entre otras, se satisface la función referencial de la comunicación, la oportunidad de extraer informaciones de personas capacitadas para facilitarlas. Pero también se satisface la función fática de la comunicación, la necesidad de mantener de manera permanente el contacto con los demás, por encima incluso de la calidad de las informaciones que se comparten.

Hay que añadir que el factor relacional cobra importancia también en prácticas comunicativas que no parecen buscar de entrada la función fática. Basta pensar, por ejemplo, en el consumo de historias por parte de adolescentes y jóvenes. A menudo en la tendencia, a veces compulsiva, a consumir series, películas y piezas de Youtube está la necesidad de compartir experiencias con el grupo de referencia, el miedo a perderse algo que ellos comparten. Como en los rituales religiosos, el consumo facilita que uno se mantenga en comunión con la comunidad de referencia.

Se puede decir que el factor R está, de alguna manera, en la base tanto de lo mejor como de lo peor en el uso social de las tecnologías de la información y de la comunicación. Y es que solo desde el factor relacional se pueden entender los riesgos que se corren en experiencias como la adicción, los problemas de seguridad y de privacidad en el ciberespacio, el bulling y el ciberbulling, el acoso digital, el sexing

Pero solo desde el factor relacional se pueden explicar también las oportunidades que facilitan las tecnologías, oportunidades como el desarrollo del trabajo colaborativo, el acceso compartido al conocimiento, la creación de una inteligencia colectiva, la expansión de redes sociales, la movilización social, la potenciación del intercambio cultural…

Todo ello es de capital importancia para los profesionales de la educación mediática, porque, si hoy el uso de las tecnologías de la información y de la comunicación no se puede comprender sin atender el factor relacional, tampoco se puede ser eficaz en las prácticas de la educación mediática sin afrontar este factor.

De entrada, las tecnologías son formas de mediación, y la única manera de la que disponen madres y padres, educadores mediáticos y educadores sociales para cumplir una función de educación integral de las personas es mediando en estas mediaciones, estableciendo con las personas una relación que les ayude, a su vez, a establecer una relación más rica con las tecnologías.

Por otra parte, si la experiencia mediática es el resultado de una interacción entre una tecnología y una persona, en la educación mediática no se puede atender solo la tecnología, hay que atender la interacción, hay que prestar tanta atención a la tecnología y al mensaje como a la mente que interacciona con esa tecnología y con este mensaje.

Hay que analizar, valorar y gestionar interacciones, no mensajes. El sentido crítico, que está en la base de la competencia mediática, ha de incorporar la autocrítica. El sujeto que interacciona con el mensaje ha de aprovechar la interacción para descubrirse y valorarse a sí mismo. La tecnología no puede ser solo ventana abierta a la realidad. Ha de ser también espejo que permita a la persona descubrirse a mí misma, en su complejidad, en sus contradicciones, en su lado oscuro.

Este refuerzo por atender la experiencia mediática como relación, como interacción, comporta que los educadores y educadoras mediáticos no presten atención solo a las novedades que aportan las innovaciones tecnológicas. Deben atender también las novedades que surgen, a partir de la neurociencia, en torno al conocimiento de la mente que interacciona con las tecnologías.

Y estas novedades en cuanto a conocimientos hablan también de relación, hablan del cerebro como un conjunto organizado de módulos diferenciados que necesitan interaccionar para que la persona se desarrolle de manera integral. Hoy se sabe que la razón no puede funcionar sin la emoción, que no se puede comprender la conciencia sin comprender el inconsciente, que hay que aprender a conciliar percepto y concepto, que hay que saber gestionar la promesa de placer para garantizar la inversión de esfuerzo…

Sabemos, por ejemplo, que la emoción sin la razón es ciega, pero la razón sin la emoción es paralítica, de manera que solo desde la relación, desde la interacción, puede la persona llegar a extraer lo mejor de sí misma.

Todo remite, en definitiva, a la relación, en base a conceptos como sinergia, convergencia, red, conectividad, interacción, integración, confluencia, fusión, conciliación, términos que forman parte del campo semántico de la relación.

Las páginas que componen este libro están concebidas en torno al concepto de TRIC y, por lo tanto, poniendo un énfasis especial en el factor R. Son, pues, una gran oportunidad para el enriquecimiento desde las sinergias.

¡Bienvenidas, pues, las TRIC! Bienvenidas desde el convencimiento de que una persona no puede ser competente mediática sin ser gestora de relaciones. Y lo que digo respecto a la educación mediática en particular sirve para la educación en general.

[1] El primer termino fue acuñado por Alvin Toffler en La tercera ola. El segundo por Jean Cloutier en L’ère emirec. En ambos casos, y con matices diversos, se hace referencia a la oportunidad, por primera vez en la historia, de produir, emitir y difundir mensajes en la misma medida en que se consumen o se reciben.

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